OctoPI
Años de intervención humana se reducían en el acontecimiento que veía Abel en ese momento: Un pulpo enseñando transportes submarinos sostenibles. La clase maestra, para colmo de males. Un amplio auditorio, temperado, con paredes grandes, capacidad para cientos de alumnos.
Ahí estaba el invitado de honor, en su traje adaptado a la vida terrestre, hecho especialmente para que criaturas cómo él puedan movilizarse por tierra. Era una especie de exoesqueleto, con una coordinación motriz fina excepcional, que hacía que cada uno de los movimientos del cuerpo artificial humanoide sean calculados y precisos. La voz que producía el cuerpo era genérica, y era la voz humana más estándar que uno podría imaginarse, con un acento mexicano algo inexplicable.
Bastó con un pequeño empujón en la vida de los pulpos. Tuvieron que hacer que vivan al menos diez años más, y así fue como especies como Octopus vulgaris y Octopus mimus por fin pudieron proliferar en Sociedad, necesitándose entre ellos para poder sobrevivir. Empezaron a adoptar costumbres sociales. Se observó el surgimiento de una creencia religiosa y un organización social. A partir de ese punto, los humanos solo tuvieron que compartir su conocimiento con los pulpos, ahorrando una buena porción de tiempo evolutivo. El tiempo generacional de esos moluscos marinos seguía siendo corto comparado con el tiempo humano, aunque suficientemente largo para que surgiera un tipo de traspase de conocimiento. Así fue como pudieron avanzar rápidamente en su evolución como comunidad.
Decir que la evolución acelerada de los pulpos fue un experimento de laboratorio es un perfecto resumen de cómo sucedió tan notable avance. Una vez liberados los pulpos expuestos a la ciencia y a las artes, pasarían alrededor de cuatrocientos cincuenta años para tener reportes de la construcción de ciudades marinas con tecnología similar a la de los años 1800. Unos trescientos sesenta años más trajeron consigo pulpos capaces de crear tecnología avanzada.
Y Abel se encontraba ya casi al final del experimento, en un momento dónde humanos y pulpos compartían el dominio del planeta Tierra. En un intento por incorporar a los académicos octópodos a la investigación humana, se volvió política admitir estudiantes pulpos en las aulas, y tener también al menos una clase dictada por un pulpo.
El profesor se había presentado cómo Tche Mjdra, pulpo que habitaba en el litorial peruano. Su nombre probablemente había sido la mejor traducción que se pudo conseguir del idioma octópoda original, que para muchos sonaba más a un gluc gluc. El profesor Mjdra era un connotado investigador de transportes en su institución submarina de orígen, y había sido invitado, con mucho entusiasmo, a dictar una charla respecto a su investigación. Al parecer, su laboratorio podría cambiar el rumbo del transporte de muchos pulpos en el lecho submarino, basándose en monorieles, energía nuclear y corrientes marinas.
Si bien los seres humanos podían construir ciudades y transportes con relativa facilidad, fue un consenso que sería mejor dejar a la emergente cultura octópoda realizar lo suyo, y ningún país tenía permitido intervenir en la vida de los pulpos.
Abel miraba con ojos extraños al doctor pulpo. Para ser sincero consigo mismo, transportes submarinos no era un tema que le llamara particularmente la atención, pero el hecho de que un pulpo sea el profesor si era algo notable. El estereotipo de un pulpo era un ser que tenía dificultades en adaptarse a la vida terrestre y más andaba pensando en problemas abstractos que en problemas concretos. Un edificio de ingeniería no parecía ser el hábitat de un pulpo, más aún con esos ojos tan somnolientos que solían tener esas criaturas.
El profesor Mjdra empezó a hacer dibujos perfectos en la pizarra, explicando cómo las corrientes eran vitales en el transporte de su gente. Pero Abel no prestaba atención a esto. Su mente seguía pensando en cómo así la humanidad podía haber llegado al punto dónde una especie de astronauta terrestre fuera quien les enseñara en la Universidad. ¿Tan bueno era el tal Mjdra? ¿No habían profesores humanos para tópicos humanos? ¿Y pulpos para hablar de cultura octópoda o algo así? Mejor un pulpo dando a conocer una cultura lejana antes que un pulpo que tratara de brindar ideas que no iban de ser de utilidad en el mundo humano.
Quizá Abel sintió más cólera porque Mjdra no le hacía ningún caso, y seguía haciendo sus dibujos perfectos en la pizarra, probablemente sin necesidad de la configuración correctora del lápiz electrónico. Al inicio de su carrera, a Abel le habían prometido una educación de calidad, una planilla de profesores capacitados y seriedad. Más que todo seriedad. ¿Dónde se encontraba la seriedad en una malagua con ojos en un traje electrónico?
Si Abel hubiera querido realmente aprender el tema de la clase, simplemente hubiera recurrido a la conexión neural necesaria. Unas tres horas de descanso y probablemente sabría más que el pulpo que estaba exponiendo. Las clases presenciales no eran requisito, pero sí poseían la oportunidad de activar la imaginación o empezar el debate, algo imposible con las conexiones neurales. Por algo se requerían créditos de clases presenciales, quizá en un último intento de mantener viva la cultura del debate.
- Ahora, muchos de ustedes creerán que los nuestros pueden simplemente nadar a otro punto del planeta, pero dicho tiempo invertido es muy grande y las naciones octópodas desean que esto deje de ser un problema para nuestras industrias. Previamente tuvimos la presencia de vehículos mecánicos, hechos de este modo por las altas presiones a las que eran sometidos estos carros. De ahí la importancia de una red de transportes que pueda adaptarse a nuestras necesidades acuáticas y pueda ser más rápida que la antigua red mecánica. - dijo el octópodo, con su voz artificialmente generada y monótona.
Tche Mjdra era sin duda muy carismático al exponer. Tenía a varios jóvenes ingenieros con la mirada clavada en él y su exoesqueleto. Su comunicación con el público era fluida, y parecía que el resto de jóvenes sentían fascinación por el curioso profesor. La interacción con pulpos en tierra era ya un hecho de hace varios años, y su presencia solo se incrementó conforme pasaban las décadas. No era que nadie hubiese visto un pulpo en un exoesqueleto antes, era que nadie había visto un pulpo enseñando una clase universitaria.
Todas estas observaciones no hicieron más que irritar a Abel, que buscaba desesperadamente en su cerebro alguna anécdota que le permitiera adherirse aún a una gloria humana pasada. Pero revisando sus poquísimas notas de la clase del pulpo, entendió que no había nada errado, nada equivocado, todo concordaba, tenía sentido. Entonces, ¿qué le quedaba hacer?
Se dió inicio, entonces, a la sesión de preguntas. Esta era la oportunidad de mostrar que una clase con un pulpo no era la clase necesaria para los ingenieros humanos. ¿Qué se podía obtener de otra especie, que vivía en otro ambiente, tenía una forma de vida distinta? Ni siquiera tenía esqueleto.
Sorprendentemente, el público tenía muchas preguntas. Quizá fuera la fascinación. Quizá fuera, en parte, que simplemente lo querían escuchar pensar en voz alta. La voz definitivamente no podía ser.
Involuntariamente, Abel levantó la mano en cada oportunidad que pudo. Hasta que, finalmente, el profesor Mjdra le dió la palabra.
- Profesor, usted ha calificado a su investigación como relevante para la comunidad octópoda. ¿Qué hay de los humanos? ¿Cuál es el fin de brindar una clase como esta a una especie que no va a necesitar de sus nuevos medios de transporte?
La clase quedó en silencio total. Abel entendió que su pregunta había cruzado una línea delgada. Quizá lo podrían acusar de especiofobia. Los murmullos se escucharon en todo el salón de clase, y era difícil no captar a un estudiante que lo mirara entre extrañado y disgustado.
Sin embarjo, Tche Mjdra solo atinó a mirarlo con esos ojos horizontales suyos, los cuáles seguían expresando la típica pereza de los octópoda. La cara del pulpo era pasiva, sin expresar sentimiento alguno. Sus tentáculos se movieron de forma enigmática y la voz del exoesqueleto empezó a hablar:
- ¿Alguna vez se preguntó por qué los humanos tardaron en descubrir los secretos del océano?
- No.
- El ser humano tiene un miedo nato por las aguas - continuó el profesor - Nunca se atrevieron a llegar más allá de lo que pudieron. En cambio, mi especie siempre pudo aventurarse a más, puesto que teníamos y tenemos la capacidad de nadar más profundo que un humano y llegar a lugares inimaginables para el mismo. La alianza entre humanos y pulpos ayuda a la humanidad puesto que somos esos ojos que ellos tienen, y tenemos esas experiencias que ellos no pueden experimentar.
- No dé análisis simples. - exclamó Abel, mientras los murmullos de la sala seguían creciendo. La voz le temblaba, sabía que lo que estaba haciendo era mal visto, pero a la mierda con todo, así nomás no podía ceder.- El ser humano, gracias a sus inventos, logró que usted esté parado al frente nuestro.
El octópoda siguió mirando pasivamente a Abel. Aparentemente, el resto de estudiantes se tomaban más en serio dicha discusión que el pulpo, que seguía sin expresar sentimiento alguno, probablemente porque su anatomía no se lo permitía.
- Es imposible desarrollar una carrera de investigación sin ir más allá.- explicó el octópoda - Usted no podrá ser un buen investigador mientras siga creyendo que las soluciones a los problemas humanos vienen netamente de elaboraciones humanas. La visión antropocentrista ha sido derrotada varias veces en el pasado y J. K. Keller, reconocido investigador de las relaciones intelectuales entre especies ha manifestado que cualquier tecnología exterior puede servir para inspirar a la investigación humana, tanto como, hace miles de años, los persas empezaron a jugar con distintas culturas para sintetizarlo en la suya. Su antropocentrismo no lo va a ayudar en su vida científica, señor. Clase terminada.
- Igual me iba a dedicar a la industria.- murmulló Abel mientras el resto de estudiantes recogían sus cosas y salían hablando animadamente entre ellos, probablemente comentando el intercambio de palabras que tuvieron el profesor pulpo y el estudiante humano.
Para poder pasar más desapercibido, Abel decidió sentarse en su silla y esperar a que todos salgan. No quería interrogaciones, solo sentía furia por dentro. Furia y resentimiento. Él no creía ser antropocentrista, él era realista. El intercambio de conocimientos entre pulpos y humanos no iba a llevar a un mejoramiento de la tecnología humana, siendo esta superior a la tecnología octópoda, se mirara dónde se mirara. Por más de que haya habido evolución acelerada, por más de que los humanos hayan buscado compartir sus conocimientos con los pulpos, era irrealista invitar a un investigador de una cultura que ni siquiera estaba en pañales. La incubadora sonaba como una mejor analogía.
- ¿Disculpe, señor? - dijo una voz desde lo más lejano de la sala, una voz genérica sin ninguna tonalidad en especial.
Abel levantó la mirada para ver que el pulpo aún no había salido de la clase. Genial, ¿qué quería ahora?
- Quería preguntarle en qué año de la carrera se encontraba usted.
- Tercer año.
- Será mejor que se vaya preparando, porque dicto un seminario obligatorio en quinto año. - volvió a decir el profesor Mjdra - Espero que mi tecnología inferior no lo incomode. Uno hace lo mejor que puede.
- ¿Por qué? ¿Por qué...?
- ¿La sociedad está avanzando tan rápido? Mire su bolígrafo.
Abel no quería darle el gusto al pulpo, pero decidió seguir su juego de todas formas puesto que quería huir del aula de una buena vez. El bolígrafo que tenía en sus manos era uno muy especial, regalo de su madre antes de pasar al segundo año.
- ¿Qué tiene el bolígrafo?
- Debería de leer con más cuidado sus productos.
Confundido, el estudiante rodó el bolígrafo, solo para descubrir que tenía una pequeña etiqueta dónde, orgullosamente, se había escrito que ese bolígrafo era un producto de la industria octópoda.
- ¿Ustedes también hacen bolígrafos?
- No somos estúpidos, señor, sabemos que los humanos utilizan mucha tinta y creímos que sería viable abrir una industria como esa.
El silencio entre los dos participantes de la conversación se apoderó de la sala una vez más. El pulpo seguía mirando a Abel fijamente, y el estudiante, ante dicho gesto, decidió mejor retirarse.
- Una cosa más, señor.- exclamó el pulpo de repente- Yo no creo que usted realmente piense que nuestra industria es inferior o nuestro avance tecnológico es inferior. Yo creo que usted tiene miedo.
- ¿Miedo? - preguntó Abel.
- Claro. Puede ser intimidante ver a un exoesqueleto con una malagua con ojos en la cabeza.
Y sin ningún aviso, Tche Mjdra dió media vuelta y se retiró del salón de clase, con cierta elegancia en los pasos escogidos. Abel contempló su retirada, pensando que el pulpo al menos tenía sentido del humor, pobremente expresado en la voz genérica del exoesqueleto.
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Nota de la autora: OctoPI está linkeado con una entrada a mi blog de ciencias, para conocer por qué elegí al pulpo como el animal que compartía el planeta Tierra con el ser humano.
Ahí estaba el invitado de honor, en su traje adaptado a la vida terrestre, hecho especialmente para que criaturas cómo él puedan movilizarse por tierra. Era una especie de exoesqueleto, con una coordinación motriz fina excepcional, que hacía que cada uno de los movimientos del cuerpo artificial humanoide sean calculados y precisos. La voz que producía el cuerpo era genérica, y era la voz humana más estándar que uno podría imaginarse, con un acento mexicano algo inexplicable.
Bastó con un pequeño empujón en la vida de los pulpos. Tuvieron que hacer que vivan al menos diez años más, y así fue como especies como Octopus vulgaris y Octopus mimus por fin pudieron proliferar en Sociedad, necesitándose entre ellos para poder sobrevivir. Empezaron a adoptar costumbres sociales. Se observó el surgimiento de una creencia religiosa y un organización social. A partir de ese punto, los humanos solo tuvieron que compartir su conocimiento con los pulpos, ahorrando una buena porción de tiempo evolutivo. El tiempo generacional de esos moluscos marinos seguía siendo corto comparado con el tiempo humano, aunque suficientemente largo para que surgiera un tipo de traspase de conocimiento. Así fue como pudieron avanzar rápidamente en su evolución como comunidad.
Decir que la evolución acelerada de los pulpos fue un experimento de laboratorio es un perfecto resumen de cómo sucedió tan notable avance. Una vez liberados los pulpos expuestos a la ciencia y a las artes, pasarían alrededor de cuatrocientos cincuenta años para tener reportes de la construcción de ciudades marinas con tecnología similar a la de los años 1800. Unos trescientos sesenta años más trajeron consigo pulpos capaces de crear tecnología avanzada.
Y Abel se encontraba ya casi al final del experimento, en un momento dónde humanos y pulpos compartían el dominio del planeta Tierra. En un intento por incorporar a los académicos octópodos a la investigación humana, se volvió política admitir estudiantes pulpos en las aulas, y tener también al menos una clase dictada por un pulpo.
El profesor se había presentado cómo Tche Mjdra, pulpo que habitaba en el litorial peruano. Su nombre probablemente había sido la mejor traducción que se pudo conseguir del idioma octópoda original, que para muchos sonaba más a un gluc gluc. El profesor Mjdra era un connotado investigador de transportes en su institución submarina de orígen, y había sido invitado, con mucho entusiasmo, a dictar una charla respecto a su investigación. Al parecer, su laboratorio podría cambiar el rumbo del transporte de muchos pulpos en el lecho submarino, basándose en monorieles, energía nuclear y corrientes marinas.
Si bien los seres humanos podían construir ciudades y transportes con relativa facilidad, fue un consenso que sería mejor dejar a la emergente cultura octópoda realizar lo suyo, y ningún país tenía permitido intervenir en la vida de los pulpos.
Abel miraba con ojos extraños al doctor pulpo. Para ser sincero consigo mismo, transportes submarinos no era un tema que le llamara particularmente la atención, pero el hecho de que un pulpo sea el profesor si era algo notable. El estereotipo de un pulpo era un ser que tenía dificultades en adaptarse a la vida terrestre y más andaba pensando en problemas abstractos que en problemas concretos. Un edificio de ingeniería no parecía ser el hábitat de un pulpo, más aún con esos ojos tan somnolientos que solían tener esas criaturas.
El profesor Mjdra empezó a hacer dibujos perfectos en la pizarra, explicando cómo las corrientes eran vitales en el transporte de su gente. Pero Abel no prestaba atención a esto. Su mente seguía pensando en cómo así la humanidad podía haber llegado al punto dónde una especie de astronauta terrestre fuera quien les enseñara en la Universidad. ¿Tan bueno era el tal Mjdra? ¿No habían profesores humanos para tópicos humanos? ¿Y pulpos para hablar de cultura octópoda o algo así? Mejor un pulpo dando a conocer una cultura lejana antes que un pulpo que tratara de brindar ideas que no iban de ser de utilidad en el mundo humano.
Quizá Abel sintió más cólera porque Mjdra no le hacía ningún caso, y seguía haciendo sus dibujos perfectos en la pizarra, probablemente sin necesidad de la configuración correctora del lápiz electrónico. Al inicio de su carrera, a Abel le habían prometido una educación de calidad, una planilla de profesores capacitados y seriedad. Más que todo seriedad. ¿Dónde se encontraba la seriedad en una malagua con ojos en un traje electrónico?
Si Abel hubiera querido realmente aprender el tema de la clase, simplemente hubiera recurrido a la conexión neural necesaria. Unas tres horas de descanso y probablemente sabría más que el pulpo que estaba exponiendo. Las clases presenciales no eran requisito, pero sí poseían la oportunidad de activar la imaginación o empezar el debate, algo imposible con las conexiones neurales. Por algo se requerían créditos de clases presenciales, quizá en un último intento de mantener viva la cultura del debate.
- Ahora, muchos de ustedes creerán que los nuestros pueden simplemente nadar a otro punto del planeta, pero dicho tiempo invertido es muy grande y las naciones octópodas desean que esto deje de ser un problema para nuestras industrias. Previamente tuvimos la presencia de vehículos mecánicos, hechos de este modo por las altas presiones a las que eran sometidos estos carros. De ahí la importancia de una red de transportes que pueda adaptarse a nuestras necesidades acuáticas y pueda ser más rápida que la antigua red mecánica. - dijo el octópodo, con su voz artificialmente generada y monótona.
Tche Mjdra era sin duda muy carismático al exponer. Tenía a varios jóvenes ingenieros con la mirada clavada en él y su exoesqueleto. Su comunicación con el público era fluida, y parecía que el resto de jóvenes sentían fascinación por el curioso profesor. La interacción con pulpos en tierra era ya un hecho de hace varios años, y su presencia solo se incrementó conforme pasaban las décadas. No era que nadie hubiese visto un pulpo en un exoesqueleto antes, era que nadie había visto un pulpo enseñando una clase universitaria.
Todas estas observaciones no hicieron más que irritar a Abel, que buscaba desesperadamente en su cerebro alguna anécdota que le permitiera adherirse aún a una gloria humana pasada. Pero revisando sus poquísimas notas de la clase del pulpo, entendió que no había nada errado, nada equivocado, todo concordaba, tenía sentido. Entonces, ¿qué le quedaba hacer?
Se dió inicio, entonces, a la sesión de preguntas. Esta era la oportunidad de mostrar que una clase con un pulpo no era la clase necesaria para los ingenieros humanos. ¿Qué se podía obtener de otra especie, que vivía en otro ambiente, tenía una forma de vida distinta? Ni siquiera tenía esqueleto.
Sorprendentemente, el público tenía muchas preguntas. Quizá fuera la fascinación. Quizá fuera, en parte, que simplemente lo querían escuchar pensar en voz alta. La voz definitivamente no podía ser.
Involuntariamente, Abel levantó la mano en cada oportunidad que pudo. Hasta que, finalmente, el profesor Mjdra le dió la palabra.
- Profesor, usted ha calificado a su investigación como relevante para la comunidad octópoda. ¿Qué hay de los humanos? ¿Cuál es el fin de brindar una clase como esta a una especie que no va a necesitar de sus nuevos medios de transporte?
La clase quedó en silencio total. Abel entendió que su pregunta había cruzado una línea delgada. Quizá lo podrían acusar de especiofobia. Los murmullos se escucharon en todo el salón de clase, y era difícil no captar a un estudiante que lo mirara entre extrañado y disgustado.
Sin embarjo, Tche Mjdra solo atinó a mirarlo con esos ojos horizontales suyos, los cuáles seguían expresando la típica pereza de los octópoda. La cara del pulpo era pasiva, sin expresar sentimiento alguno. Sus tentáculos se movieron de forma enigmática y la voz del exoesqueleto empezó a hablar:
- ¿Alguna vez se preguntó por qué los humanos tardaron en descubrir los secretos del océano?
- No.
- El ser humano tiene un miedo nato por las aguas - continuó el profesor - Nunca se atrevieron a llegar más allá de lo que pudieron. En cambio, mi especie siempre pudo aventurarse a más, puesto que teníamos y tenemos la capacidad de nadar más profundo que un humano y llegar a lugares inimaginables para el mismo. La alianza entre humanos y pulpos ayuda a la humanidad puesto que somos esos ojos que ellos tienen, y tenemos esas experiencias que ellos no pueden experimentar.
- No dé análisis simples. - exclamó Abel, mientras los murmullos de la sala seguían creciendo. La voz le temblaba, sabía que lo que estaba haciendo era mal visto, pero a la mierda con todo, así nomás no podía ceder.- El ser humano, gracias a sus inventos, logró que usted esté parado al frente nuestro.
El octópoda siguió mirando pasivamente a Abel. Aparentemente, el resto de estudiantes se tomaban más en serio dicha discusión que el pulpo, que seguía sin expresar sentimiento alguno, probablemente porque su anatomía no se lo permitía.
- Es imposible desarrollar una carrera de investigación sin ir más allá.- explicó el octópoda - Usted no podrá ser un buen investigador mientras siga creyendo que las soluciones a los problemas humanos vienen netamente de elaboraciones humanas. La visión antropocentrista ha sido derrotada varias veces en el pasado y J. K. Keller, reconocido investigador de las relaciones intelectuales entre especies ha manifestado que cualquier tecnología exterior puede servir para inspirar a la investigación humana, tanto como, hace miles de años, los persas empezaron a jugar con distintas culturas para sintetizarlo en la suya. Su antropocentrismo no lo va a ayudar en su vida científica, señor. Clase terminada.
- Igual me iba a dedicar a la industria.- murmulló Abel mientras el resto de estudiantes recogían sus cosas y salían hablando animadamente entre ellos, probablemente comentando el intercambio de palabras que tuvieron el profesor pulpo y el estudiante humano.
Para poder pasar más desapercibido, Abel decidió sentarse en su silla y esperar a que todos salgan. No quería interrogaciones, solo sentía furia por dentro. Furia y resentimiento. Él no creía ser antropocentrista, él era realista. El intercambio de conocimientos entre pulpos y humanos no iba a llevar a un mejoramiento de la tecnología humana, siendo esta superior a la tecnología octópoda, se mirara dónde se mirara. Por más de que haya habido evolución acelerada, por más de que los humanos hayan buscado compartir sus conocimientos con los pulpos, era irrealista invitar a un investigador de una cultura que ni siquiera estaba en pañales. La incubadora sonaba como una mejor analogía.
- ¿Disculpe, señor? - dijo una voz desde lo más lejano de la sala, una voz genérica sin ninguna tonalidad en especial.
Abel levantó la mirada para ver que el pulpo aún no había salido de la clase. Genial, ¿qué quería ahora?
- Quería preguntarle en qué año de la carrera se encontraba usted.
- Tercer año.
- Será mejor que se vaya preparando, porque dicto un seminario obligatorio en quinto año. - volvió a decir el profesor Mjdra - Espero que mi tecnología inferior no lo incomode. Uno hace lo mejor que puede.
- ¿Por qué? ¿Por qué...?
- ¿La sociedad está avanzando tan rápido? Mire su bolígrafo.
Abel no quería darle el gusto al pulpo, pero decidió seguir su juego de todas formas puesto que quería huir del aula de una buena vez. El bolígrafo que tenía en sus manos era uno muy especial, regalo de su madre antes de pasar al segundo año.
- ¿Qué tiene el bolígrafo?
- Debería de leer con más cuidado sus productos.
Confundido, el estudiante rodó el bolígrafo, solo para descubrir que tenía una pequeña etiqueta dónde, orgullosamente, se había escrito que ese bolígrafo era un producto de la industria octópoda.
- ¿Ustedes también hacen bolígrafos?
- No somos estúpidos, señor, sabemos que los humanos utilizan mucha tinta y creímos que sería viable abrir una industria como esa.
El silencio entre los dos participantes de la conversación se apoderó de la sala una vez más. El pulpo seguía mirando a Abel fijamente, y el estudiante, ante dicho gesto, decidió mejor retirarse.
- Una cosa más, señor.- exclamó el pulpo de repente- Yo no creo que usted realmente piense que nuestra industria es inferior o nuestro avance tecnológico es inferior. Yo creo que usted tiene miedo.
- ¿Miedo? - preguntó Abel.
- Claro. Puede ser intimidante ver a un exoesqueleto con una malagua con ojos en la cabeza.
Y sin ningún aviso, Tche Mjdra dió media vuelta y se retiró del salón de clase, con cierta elegancia en los pasos escogidos. Abel contempló su retirada, pensando que el pulpo al menos tenía sentido del humor, pobremente expresado en la voz genérica del exoesqueleto.
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Nota de la autora: OctoPI está linkeado con una entrada a mi blog de ciencias, para conocer por qué elegí al pulpo como el animal que compartía el planeta Tierra con el ser humano.
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