Pepsinator
Lima, ciudad más fea que poto de paloma recién nacida. Año poco trascendental de la era moderna. En ese espacio-tiempo nació Marco Cáceres, ser humano común y corriente, como el noventa por ciento de la población. Otro siete por ciento pertenecían a la clase política bien pagada y, en el tope, en el tres por ciento especial y talentoso, se encontraban los superhéroes.
Desde un hombre con pirokinesis hasta una mujer que corre muy rápido, a la velocidad del sonido. Tantas habilidades por ver en su mundo. Todos esos superpoderes eran utilizados para el bien o para el mal, y la población se entretenía viendo esas persecuciones en vivo y en directo al medio día. Los superhéroes eran alabados por todos. Por ahí uno salvaba a un inocente transeúnte y al otro día, alguien salvaba al inocente perrito del inocente transeúnte. Eran parte del folklore de las naciones, reverenciados por sus seguidores.
El noventa por ciento sólo podía aplaudir como focas en el circo. Los líos de los superhéroes eran portadas clásicas de los diarios chicha. Que el Hombre de Fuego abandonó a la Mujer Cóndor o que el Destripador salió del clóset, siendo más superhéroe de lo que ya era.
Marco leía todas estas noticias camino a su cubículo deprimente de su deprimente empresa en su deprimente oficio de contador. En el trajín, solo podía imaginar el día que se le venía encima: Los ñoños que veían anime hablando en voz alta, interrumpiendo su trabajo. La secretaria viniendo a pedirle favores y que se apure con ese trámite y se deje de contemplaciones. El jefe que se escondía cual anguila detrás de la pared de su oficina y a quien tenía que ver casi todo el tiempo.
Y todo eso mientras el personal sintonizaba la persecución del día, la pelea de la semana y los comentarios de la hora. ¿Cómo le daban tanta cabida a esa sonsera infantil de superhéroes? ¿Acaso era tan especial tener poderes? ¿Cómo así el Hombre de Fuego era una celebridad, pero Marco, con su primer puesto de contabilidad y su medalla de colaborador del mes se mantenía en el anonimato? ¿Cómo así la Mujer Cóndor andaba en su cuchumilésima pareja y él sólo obtenía rechazos en su página de citas favorita?
Muy en el fondo, Marco soñaba con llegar a tener un poder. Pero él era buen católico. Iba a misa todos los domingos y procuraba darle chocolatitos a los niños misios. Quizá el plan de Dios era tenerlo en el anonimato, en su cubículo. Que colabore con la población con sus conocimientos de contabilidad.
Que se haga su voluntad, entonces.
Eso no le dejaba de molestar, sin embargo, cuál guisante en la cama de la princesa. Y él soñaba, quizá algún día, lograr lo que tanto anhelaba: Ser reconocido, como los superhéroes que todos tanto idolatraban.
Un milagro, era todo lo que él necesitaba. Un solo milagro para mostrarle al país de lo que él era capaz.
Pero con la eficiencia de la compañía distribuidora de milagros, Marco tendría mucho que esperar. Al fin y al cabo, todo era voluntad de Dios.
Y Marco Cáceres, la mañana del 16 de Septiembre, se encontró con un verdadero envío divino.
Le bastó con sentir una fuerte presión en su estómago, como si tuviera algo incómodo por dentro. Y, en su trajín al baño, la idea de que era algo horrible andar con ese tipo de cólicos se cruzó por su mente. Qué terrible. Sentía un dolor atroz, que no lo dejaba en paz. Caos era lo único que figuraba en su mente. Luego de una hora de cólicos, decidió pararse a los servicios.
Mientras estaba en el baño, mientras empujaba con todas sus fuerzas, escuchó algo sorprendente.
- Un terrible choque acaba de producirse en el cruce de las avenidas Aviación con Javier Prado - diría la radio.
Al principio creyó que fue pura coincidencia. Su pensamiento envuelto en cólicos estomacales pudo haberlo llevado a esa conclusión. Pero bastaría ese suceso para darse cuenta de que algo grande estaba por pasar.
Porque empezó a hacerle más caso a sus cólicos.
17 de Septiembre, doce y media del mediodía, cólicos estomacales y, treinta minutos después,…
- Ha ocurrido un accidente en la avenida La Mar - decía la radio.
21 de Septiembre, los cólicos volvieron a aparecer y, veinte minutos después,…
- Choque de una couster con un tico, en la avenida Parinacochas.
Había dejado de ser una mera coincidencia. Ahora era algo serio. En sus manos estaba una oportunidad divina, luego de tantas velitas misionero consumidas. Dios le había dado la oportunidad: Él era un superhéroe. Tenía un superpoder: Podía predecir accidentes de autos con sus cólicos.
Su descubrimiento era mejor dejarlo en la oscuridad por un tiempo, reflexionó. Revelarlo a sus colaboradores iba a ser una cosa de locos y Marco quería convencerse de que no lo hacía por publicidad. Sólo quería ayudar a la población… en serio. Y su nuevo poder podría ayudar a muchos. Pero tenía que ver cómo ejecutarlo sabiamente. En las siguientes semanas, Marco escribiría todos los eventos de cólicos en una pequeña libreta, en donde anotaría el choque automovilístico y lo relacionaría con el cólico del día. Haciendo una tabla en base al tiempo, halló una relación casi lineal entre el cólico y el accidente.
Científicamente, había comprobado que podía predecir accidentes automovilísticos con sus dolores de estómago. Entendió también que su rango de acción era limitado, y que por el momento sólo podría predecir accidentes ocurriendo a diez kilómetros a la redonda.
Decidió ponerse un sobrenombre, un apodo, por decirlo de alguna forma, y empezar a notificarle a la policía respecto a sus habilidades.
¿Cuál podría ser? Necesitaría algún nombre que hable de su poder. El Hombre de Fuego era “de Fuego” por su pirokinésis. La Mujer Cóndor era Cóndor porque podía volar y en Chile ya tenían al Hombre Gallito de las Rocas.
Noches enteras de investigación en el antiguo arte de la fisiología digestiva llevaron a Marco a descubrir la pepsina, enzima involucrada en el proceso digestivo.
Junto eso con su amor por las películas de Arnold Schwarzenegger, porque el concepto de androides se oía genial. Entonces, pepsina más Terminator… daba origen al Pepsinator.
Pepsinator, un nombre digno para un súperhéroe de su calibre.
Esa noche, celebró por su cuenta en su nuevo chifa de confianza recientemente inaugurado, alzando al aire su Inca Kola y pensando:
- Esto es por ti, Dios, vas a ver. No te vas a arrepentir.
Marco creó un correo encriptado y compró otra línea de teléfono. El plan era simple: Para ser un verdadero superhéroe, había un ente nacional que tenía que hacerle caso: La policía. Y para suerte suya, vivía a pocas cuadras de la comisaría. Cualquier predicción que hiciera desde su casa, valía también para los policías del lugar.
Le dijo a la secretaria del cubículo que no, no iba a participar en las competencias internas de la empresa. Estaba harto de disfrazarse de la mascota de la ocasión. Y por esa razón, ya no quería seguir trabajando en esa abominable empresa. Que le diga a los ñoños que pueden hablar tranquilos y al jefe Anguila que se esconda en sus rocas que jamás lo iba a volver a salvar. Hasta aquí nomás.
Una vez terminado su contrato de manera tan abrupta, Marco decidió vivir de sus ahorros y esperar, tranquilamente, a que otro dolor estomacal apareciera.
A los tres días, volvió a darle un cólico. La esperanza invadió su tracto digestivo. La alegría impulsaba las zancadas de Marco hacia el baño, teléfono en mano.
Sentado, empujando con gloria en el trono, Marco le escribe a la comisaría de su zona desde el correo anónimo, con el siguiente mensaje:
"Accidente automovilístico a diez kilómetros a la redonda de su comisaría. Choque violento.
Pepsinator"
Acto seguido, marcó al teléfono de emergencias desde su nuevo número. Con ayuda de una aplicación modificadora de voz, Marco se contacta con un suboficial de la comisaría, y en su mejor tono superheróico, volvió a notificar su predicción.
El suboficial se quedó absorto. Nada lo había preparado para dicha llamada. Marco juró que el policía le respondió con algo de sorna al responderle que sí, claro, estarían patrullando atentamente.
Treinta minutos después, el nuevo superhéroe escuchó el más dulce anuncio en todos sus años de vida.
- Choque doble por la plaza Dos de Mayo.
Marco no esperaba un mensaje de la policía pronto. Los seguiría bombardeando con mensajes hasta que lo tomaran en serio.
Quizá fuera la desesperación de no tener la tecnología necesaria, o la incompetencia de las fuerzas del interior, quizá fuera la ociosidad de saber si malgastar su almuerzo o no dirigiendo el tráfico, o quizá fueran los de la comisaría queriendo compartir trabajo con un superhéroe, pero a los tres meses, Marco era oficialmente contactado por la policía para predecir accidentes.
¿Por qué no se había dado cuenta de su habilidad antes? Este era el mejor trabajo del mundo. Marco tenía todo el tiempo hasta que sentía los famosos cólicos. Contactaba con la policía vía correo y teléfono. Los oficiales patrullaban los diez kilómetros que abarcaban sus predicciones, ralentizaban el tráfico en las principales avenidas y estaban atentos a cualquier inconveniente. La recompensa por hacer dicha labor era más de lo que ganaba de contador. Y sin ningún endemoniado grado.
Ya comprendía la admiración a los superhéroes. Se sentía uno con la Mujer Cóndor o el Destripador o el Hombre de Fuego.
Tanto le gustaba ser Pepsinator que una vez casi revela su identidad con la chica del café. En otra ocasión, por poco y sale de su apartamento con el polo estampado con su logo que se había mandado a hacer para uso hogareño exclusivo. Llegó un momento en el que realmente ya no le encontraba sentido a salir de su hogar a menos de que sea para comer. Solo esperaba a tener el cólico, y cuando no tenía uno, lo invadía una gran tristeza.
Los medios pronto empezaron a escribir de él. Sabían que firmaba como “Pepsinator”, pero luego de eso nadie sabía más de la identidad de este héroe de la población. Entrevistaron al capitán de la policía y no, no sabían quién era este ciudadano pero se notaba que había recibido una encomienda del cielo con su habilidad. En unos seis meses de trabajo con él, los accidentes de tráfico se habían reducido en un 4% en toda la ciudad.
Los detractores no tardaron en salir. Algunos fans ardidos, como nunca faltan, por ahí algunas personalidades de la televisión y el medio. “¿Que si yo creo en Pepsinator? ¿Le parece lógico hacerle caso a un chico, probablemente de dieciséis años que dice que le duele la panza cada vez que va a ocurrir un accidente?” Ese era el tono de la mayoría de críticos del nuevo superhéroe. Internet no dejó de llenarse de peleas entre aquellos que creían que Pepsinator era real y otros que no creían que alguien fuera lo suficientemente estúpido para hacerse llamar Pepsinator.
Pero Marco hacía caso omiso a sus detractores. Entre bolsas de wantán frito y pollo chi-jau kay traídas de su chifa de confianza, Marco revisaba cada uno de los mensajes que le llegaban, y no evitaba sonreír ante la inocencia de esos seres humanos comunes. ¿Así mirarían Jesucristo o el Buda a sus discípulos? Con razón los seguían recordando hasta el presente.
Empezaron a haber problemas a partir del séptimo mes de su debut como Pepsinator. Uno de sus tantos detractores empezó a cuestionar esas capacidades predictivas e incluso fue entrevistado por un periódico local más serio que los clásicos periódicos chicha que cubrían noticias de súperhéroes.
- Piénselo de esta forma. Si a usted le provoca comer helado en un verano, ¿lo asociaría con el incremento en ahogos en las playas del Sur? Podría, pero correlación no significa causalidad. En el ejemplo que acabo de dar, ambas actividades incrementan en verano. Y no es que yo ande por ahí declarándome “el Aniquilator” por destruir gente con mi gusto por los helados. - diría un reputado estadístico que sería el primero en levantar la bandera respecto a la veracidad del superhéroe sin rostro.
Pepsinator recibía estas noticias con alguna carcajada exagerada, sumada con una ansiedad palpitante por dentro. Confiaba en sus habilidades estadísticas de los primeros ciclos de contabilidad como para debatir con ese parlanchín del periódico, pero perder energías en un ser humano simple era inútil.
Realmente tenía mejores cosas que hacer, y sería a partir de esa lectura que dejaría de lado varios medios de comunicación, preocupándose solo en la radio y sus comunicaciones con la policía.
Le tocó enfrentarse a unos periodistas escépticos, sin embargo. Especialmente en los medios de comunicación, quienes le hacían llegar las inquietudes de la población. Lo entrevistaban por teléfono, y Marco, usando su cambiador de voz, respondia que sí, que realmente podía predecir accidentes, y si no predecía accidentes en la madrugada era porque estaba dormido, y sus poderes dependían de un cerebro totalmente despierto. Si, habían salido artículos científicos que confirmaban la relación estómago-cerebro y él era la viva prueba de esa ciencia. ¿Que por qué no podía predecir accidentes en Huancayo, por ejemplo? Ese no era el alcance de sus poderes. ¿Cómo es eso de que la vez pasada ocurrió un accidente en su rango de acción y usted no lo predijo? Ah, es que ese día también tenía un dolor de cabeza. ¿Y por qué solo autos y no accidentes de buses? Ah, es que los accidentes de bus requerían un cerebro más expandido.
Otros superhéroes también se manifestaron ante la población. El Hombre de Fuego decía que estaba curioso por conocer al nuevo miembro de su liga regional, pero el Destripador no podía dejar de ser escéptico del tema, y solicitar pruebas.
Si algo era verdad, es que Pepsinator jamás hubiera podido imaginar que dividiría al país entero con su mera existencia, y el placer era inigualable. Por fin era reconocido como alguien, y no como el pobre contador que se esforzaba día y noche por llegar a fin de mes. Por fin todos hablaban de él. Afuera quedaron las burlas de la oficina, de la universidad y del colegio. Afuera quedaron los días dónde le decían que otros podían darse el lujo de vivir vidas únicas, pero que su destino era el mismo destino monótono de todos. Sin duda, Dios le había permitido ese reconocimiento, y Pepsinator se aseguraba de agradecerle fervorosamente cada Domingo.
El augurio del fin de su sueño, sin embargo, llegaría con el cierre del chifa de confianza y otros negocios de su cuadra, quizá como una especie de señal. Al parecer existían problemas sanitarios en cada uno de los restaurantes de esa zona y Pepsinator pronto se quedó sin una alimentación continua.
Evidentemente no podía evitar sentir cierta tristeza al pensar que sus negocios de comida favoritos habían cerrado. Pero la vida continuaba, y debía de sobrellevar la amargura. Cocinar por sí mismo no era una opción, puesto que él era un superhéroe, y estaba seguro de que los superhéroes no se cocinaban a sí mismos. Mejor sería buscar otro chifa.
El wantan no era tan bueno como el chifa anterior, y también notó que los cólicos ya no eran tan frecuentes. La radio, de pronto, le ganó en la imaginaria carrera de anunciar accidentes. Dejó el celular con el que se contactaba con la policía por tres o cuatro días. En una desesperación tan grande, casi se obliga a sí mismo a una infección estomacal, sólo para tener una justificación para llamar a la policía, al menos solo una vez y volver a repetir: “Ocurrirá un accidente en menos de una hora”.
Su desesperación ante la falta de cólicos no hacía más que aumentar con el paso de las horas. Dejó de responder los llamados de la policía puesto que no tenía nada que reportar, dejó en visto todos los correos que le habían llegado, solicitando, por favor, que se reporte, que necesitaban saber si tenían que prestarle más atención a ciertas avenidas de su zona. ¿Acaso era esa la razón por la cual los cólicos solo le venían después del mediodía y en la noche? ¿En realidad no tenía poderes? ¿Qué clase de final triste era ese? Parecía que Dios realmente tenía los roles fríamente calculados.
Marco Cáceres sería arrestado el 27 de Agosto, bajo los cargos de estafa y fraude a una entidad pública. Entre sollozos, mientras sus antiguos aliados se lo llevaban de los brazos, Marco solo chillaría:
¡Puedo predecir accidentes! ¡Es cierto! ¡Se los juro!
Desde un hombre con pirokinesis hasta una mujer que corre muy rápido, a la velocidad del sonido. Tantas habilidades por ver en su mundo. Todos esos superpoderes eran utilizados para el bien o para el mal, y la población se entretenía viendo esas persecuciones en vivo y en directo al medio día. Los superhéroes eran alabados por todos. Por ahí uno salvaba a un inocente transeúnte y al otro día, alguien salvaba al inocente perrito del inocente transeúnte. Eran parte del folklore de las naciones, reverenciados por sus seguidores.
El noventa por ciento sólo podía aplaudir como focas en el circo. Los líos de los superhéroes eran portadas clásicas de los diarios chicha. Que el Hombre de Fuego abandonó a la Mujer Cóndor o que el Destripador salió del clóset, siendo más superhéroe de lo que ya era.
Marco leía todas estas noticias camino a su cubículo deprimente de su deprimente empresa en su deprimente oficio de contador. En el trajín, solo podía imaginar el día que se le venía encima: Los ñoños que veían anime hablando en voz alta, interrumpiendo su trabajo. La secretaria viniendo a pedirle favores y que se apure con ese trámite y se deje de contemplaciones. El jefe que se escondía cual anguila detrás de la pared de su oficina y a quien tenía que ver casi todo el tiempo.
Y todo eso mientras el personal sintonizaba la persecución del día, la pelea de la semana y los comentarios de la hora. ¿Cómo le daban tanta cabida a esa sonsera infantil de superhéroes? ¿Acaso era tan especial tener poderes? ¿Cómo así el Hombre de Fuego era una celebridad, pero Marco, con su primer puesto de contabilidad y su medalla de colaborador del mes se mantenía en el anonimato? ¿Cómo así la Mujer Cóndor andaba en su cuchumilésima pareja y él sólo obtenía rechazos en su página de citas favorita?
Muy en el fondo, Marco soñaba con llegar a tener un poder. Pero él era buen católico. Iba a misa todos los domingos y procuraba darle chocolatitos a los niños misios. Quizá el plan de Dios era tenerlo en el anonimato, en su cubículo. Que colabore con la población con sus conocimientos de contabilidad.
Que se haga su voluntad, entonces.
Eso no le dejaba de molestar, sin embargo, cuál guisante en la cama de la princesa. Y él soñaba, quizá algún día, lograr lo que tanto anhelaba: Ser reconocido, como los superhéroes que todos tanto idolatraban.
Un milagro, era todo lo que él necesitaba. Un solo milagro para mostrarle al país de lo que él era capaz.
Pero con la eficiencia de la compañía distribuidora de milagros, Marco tendría mucho que esperar. Al fin y al cabo, todo era voluntad de Dios.
Y Marco Cáceres, la mañana del 16 de Septiembre, se encontró con un verdadero envío divino.
Le bastó con sentir una fuerte presión en su estómago, como si tuviera algo incómodo por dentro. Y, en su trajín al baño, la idea de que era algo horrible andar con ese tipo de cólicos se cruzó por su mente. Qué terrible. Sentía un dolor atroz, que no lo dejaba en paz. Caos era lo único que figuraba en su mente. Luego de una hora de cólicos, decidió pararse a los servicios.
Mientras estaba en el baño, mientras empujaba con todas sus fuerzas, escuchó algo sorprendente.
- Un terrible choque acaba de producirse en el cruce de las avenidas Aviación con Javier Prado - diría la radio.
Al principio creyó que fue pura coincidencia. Su pensamiento envuelto en cólicos estomacales pudo haberlo llevado a esa conclusión. Pero bastaría ese suceso para darse cuenta de que algo grande estaba por pasar.
Porque empezó a hacerle más caso a sus cólicos.
17 de Septiembre, doce y media del mediodía, cólicos estomacales y, treinta minutos después,…
- Ha ocurrido un accidente en la avenida La Mar - decía la radio.
21 de Septiembre, los cólicos volvieron a aparecer y, veinte minutos después,…
- Choque de una couster con un tico, en la avenida Parinacochas.
Había dejado de ser una mera coincidencia. Ahora era algo serio. En sus manos estaba una oportunidad divina, luego de tantas velitas misionero consumidas. Dios le había dado la oportunidad: Él era un superhéroe. Tenía un superpoder: Podía predecir accidentes de autos con sus cólicos.
Su descubrimiento era mejor dejarlo en la oscuridad por un tiempo, reflexionó. Revelarlo a sus colaboradores iba a ser una cosa de locos y Marco quería convencerse de que no lo hacía por publicidad. Sólo quería ayudar a la población… en serio. Y su nuevo poder podría ayudar a muchos. Pero tenía que ver cómo ejecutarlo sabiamente. En las siguientes semanas, Marco escribiría todos los eventos de cólicos en una pequeña libreta, en donde anotaría el choque automovilístico y lo relacionaría con el cólico del día. Haciendo una tabla en base al tiempo, halló una relación casi lineal entre el cólico y el accidente.
Científicamente, había comprobado que podía predecir accidentes automovilísticos con sus dolores de estómago. Entendió también que su rango de acción era limitado, y que por el momento sólo podría predecir accidentes ocurriendo a diez kilómetros a la redonda.
Decidió ponerse un sobrenombre, un apodo, por decirlo de alguna forma, y empezar a notificarle a la policía respecto a sus habilidades.
¿Cuál podría ser? Necesitaría algún nombre que hable de su poder. El Hombre de Fuego era “de Fuego” por su pirokinésis. La Mujer Cóndor era Cóndor porque podía volar y en Chile ya tenían al Hombre Gallito de las Rocas.
Noches enteras de investigación en el antiguo arte de la fisiología digestiva llevaron a Marco a descubrir la pepsina, enzima involucrada en el proceso digestivo.
Junto eso con su amor por las películas de Arnold Schwarzenegger, porque el concepto de androides se oía genial. Entonces, pepsina más Terminator… daba origen al Pepsinator.
Pepsinator, un nombre digno para un súperhéroe de su calibre.
Esa noche, celebró por su cuenta en su nuevo chifa de confianza recientemente inaugurado, alzando al aire su Inca Kola y pensando:
- Esto es por ti, Dios, vas a ver. No te vas a arrepentir.
Marco creó un correo encriptado y compró otra línea de teléfono. El plan era simple: Para ser un verdadero superhéroe, había un ente nacional que tenía que hacerle caso: La policía. Y para suerte suya, vivía a pocas cuadras de la comisaría. Cualquier predicción que hiciera desde su casa, valía también para los policías del lugar.
Le dijo a la secretaria del cubículo que no, no iba a participar en las competencias internas de la empresa. Estaba harto de disfrazarse de la mascota de la ocasión. Y por esa razón, ya no quería seguir trabajando en esa abominable empresa. Que le diga a los ñoños que pueden hablar tranquilos y al jefe Anguila que se esconda en sus rocas que jamás lo iba a volver a salvar. Hasta aquí nomás.
Una vez terminado su contrato de manera tan abrupta, Marco decidió vivir de sus ahorros y esperar, tranquilamente, a que otro dolor estomacal apareciera.
A los tres días, volvió a darle un cólico. La esperanza invadió su tracto digestivo. La alegría impulsaba las zancadas de Marco hacia el baño, teléfono en mano.
Sentado, empujando con gloria en el trono, Marco le escribe a la comisaría de su zona desde el correo anónimo, con el siguiente mensaje:
"Accidente automovilístico a diez kilómetros a la redonda de su comisaría. Choque violento.
Pepsinator"
Acto seguido, marcó al teléfono de emergencias desde su nuevo número. Con ayuda de una aplicación modificadora de voz, Marco se contacta con un suboficial de la comisaría, y en su mejor tono superheróico, volvió a notificar su predicción.
El suboficial se quedó absorto. Nada lo había preparado para dicha llamada. Marco juró que el policía le respondió con algo de sorna al responderle que sí, claro, estarían patrullando atentamente.
Treinta minutos después, el nuevo superhéroe escuchó el más dulce anuncio en todos sus años de vida.
- Choque doble por la plaza Dos de Mayo.
Marco no esperaba un mensaje de la policía pronto. Los seguiría bombardeando con mensajes hasta que lo tomaran en serio.
Quizá fuera la desesperación de no tener la tecnología necesaria, o la incompetencia de las fuerzas del interior, quizá fuera la ociosidad de saber si malgastar su almuerzo o no dirigiendo el tráfico, o quizá fueran los de la comisaría queriendo compartir trabajo con un superhéroe, pero a los tres meses, Marco era oficialmente contactado por la policía para predecir accidentes.
¿Por qué no se había dado cuenta de su habilidad antes? Este era el mejor trabajo del mundo. Marco tenía todo el tiempo hasta que sentía los famosos cólicos. Contactaba con la policía vía correo y teléfono. Los oficiales patrullaban los diez kilómetros que abarcaban sus predicciones, ralentizaban el tráfico en las principales avenidas y estaban atentos a cualquier inconveniente. La recompensa por hacer dicha labor era más de lo que ganaba de contador. Y sin ningún endemoniado grado.
Ya comprendía la admiración a los superhéroes. Se sentía uno con la Mujer Cóndor o el Destripador o el Hombre de Fuego.
Tanto le gustaba ser Pepsinator que una vez casi revela su identidad con la chica del café. En otra ocasión, por poco y sale de su apartamento con el polo estampado con su logo que se había mandado a hacer para uso hogareño exclusivo. Llegó un momento en el que realmente ya no le encontraba sentido a salir de su hogar a menos de que sea para comer. Solo esperaba a tener el cólico, y cuando no tenía uno, lo invadía una gran tristeza.
Los medios pronto empezaron a escribir de él. Sabían que firmaba como “Pepsinator”, pero luego de eso nadie sabía más de la identidad de este héroe de la población. Entrevistaron al capitán de la policía y no, no sabían quién era este ciudadano pero se notaba que había recibido una encomienda del cielo con su habilidad. En unos seis meses de trabajo con él, los accidentes de tráfico se habían reducido en un 4% en toda la ciudad.
Los detractores no tardaron en salir. Algunos fans ardidos, como nunca faltan, por ahí algunas personalidades de la televisión y el medio. “¿Que si yo creo en Pepsinator? ¿Le parece lógico hacerle caso a un chico, probablemente de dieciséis años que dice que le duele la panza cada vez que va a ocurrir un accidente?” Ese era el tono de la mayoría de críticos del nuevo superhéroe. Internet no dejó de llenarse de peleas entre aquellos que creían que Pepsinator era real y otros que no creían que alguien fuera lo suficientemente estúpido para hacerse llamar Pepsinator.
Pero Marco hacía caso omiso a sus detractores. Entre bolsas de wantán frito y pollo chi-jau kay traídas de su chifa de confianza, Marco revisaba cada uno de los mensajes que le llegaban, y no evitaba sonreír ante la inocencia de esos seres humanos comunes. ¿Así mirarían Jesucristo o el Buda a sus discípulos? Con razón los seguían recordando hasta el presente.
Empezaron a haber problemas a partir del séptimo mes de su debut como Pepsinator. Uno de sus tantos detractores empezó a cuestionar esas capacidades predictivas e incluso fue entrevistado por un periódico local más serio que los clásicos periódicos chicha que cubrían noticias de súperhéroes.
- Piénselo de esta forma. Si a usted le provoca comer helado en un verano, ¿lo asociaría con el incremento en ahogos en las playas del Sur? Podría, pero correlación no significa causalidad. En el ejemplo que acabo de dar, ambas actividades incrementan en verano. Y no es que yo ande por ahí declarándome “el Aniquilator” por destruir gente con mi gusto por los helados. - diría un reputado estadístico que sería el primero en levantar la bandera respecto a la veracidad del superhéroe sin rostro.
Pepsinator recibía estas noticias con alguna carcajada exagerada, sumada con una ansiedad palpitante por dentro. Confiaba en sus habilidades estadísticas de los primeros ciclos de contabilidad como para debatir con ese parlanchín del periódico, pero perder energías en un ser humano simple era inútil.
Realmente tenía mejores cosas que hacer, y sería a partir de esa lectura que dejaría de lado varios medios de comunicación, preocupándose solo en la radio y sus comunicaciones con la policía.
Le tocó enfrentarse a unos periodistas escépticos, sin embargo. Especialmente en los medios de comunicación, quienes le hacían llegar las inquietudes de la población. Lo entrevistaban por teléfono, y Marco, usando su cambiador de voz, respondia que sí, que realmente podía predecir accidentes, y si no predecía accidentes en la madrugada era porque estaba dormido, y sus poderes dependían de un cerebro totalmente despierto. Si, habían salido artículos científicos que confirmaban la relación estómago-cerebro y él era la viva prueba de esa ciencia. ¿Que por qué no podía predecir accidentes en Huancayo, por ejemplo? Ese no era el alcance de sus poderes. ¿Cómo es eso de que la vez pasada ocurrió un accidente en su rango de acción y usted no lo predijo? Ah, es que ese día también tenía un dolor de cabeza. ¿Y por qué solo autos y no accidentes de buses? Ah, es que los accidentes de bus requerían un cerebro más expandido.
Otros superhéroes también se manifestaron ante la población. El Hombre de Fuego decía que estaba curioso por conocer al nuevo miembro de su liga regional, pero el Destripador no podía dejar de ser escéptico del tema, y solicitar pruebas.
Si algo era verdad, es que Pepsinator jamás hubiera podido imaginar que dividiría al país entero con su mera existencia, y el placer era inigualable. Por fin era reconocido como alguien, y no como el pobre contador que se esforzaba día y noche por llegar a fin de mes. Por fin todos hablaban de él. Afuera quedaron las burlas de la oficina, de la universidad y del colegio. Afuera quedaron los días dónde le decían que otros podían darse el lujo de vivir vidas únicas, pero que su destino era el mismo destino monótono de todos. Sin duda, Dios le había permitido ese reconocimiento, y Pepsinator se aseguraba de agradecerle fervorosamente cada Domingo.
El augurio del fin de su sueño, sin embargo, llegaría con el cierre del chifa de confianza y otros negocios de su cuadra, quizá como una especie de señal. Al parecer existían problemas sanitarios en cada uno de los restaurantes de esa zona y Pepsinator pronto se quedó sin una alimentación continua.
Evidentemente no podía evitar sentir cierta tristeza al pensar que sus negocios de comida favoritos habían cerrado. Pero la vida continuaba, y debía de sobrellevar la amargura. Cocinar por sí mismo no era una opción, puesto que él era un superhéroe, y estaba seguro de que los superhéroes no se cocinaban a sí mismos. Mejor sería buscar otro chifa.
El wantan no era tan bueno como el chifa anterior, y también notó que los cólicos ya no eran tan frecuentes. La radio, de pronto, le ganó en la imaginaria carrera de anunciar accidentes. Dejó el celular con el que se contactaba con la policía por tres o cuatro días. En una desesperación tan grande, casi se obliga a sí mismo a una infección estomacal, sólo para tener una justificación para llamar a la policía, al menos solo una vez y volver a repetir: “Ocurrirá un accidente en menos de una hora”.
Su desesperación ante la falta de cólicos no hacía más que aumentar con el paso de las horas. Dejó de responder los llamados de la policía puesto que no tenía nada que reportar, dejó en visto todos los correos que le habían llegado, solicitando, por favor, que se reporte, que necesitaban saber si tenían que prestarle más atención a ciertas avenidas de su zona. ¿Acaso era esa la razón por la cual los cólicos solo le venían después del mediodía y en la noche? ¿En realidad no tenía poderes? ¿Qué clase de final triste era ese? Parecía que Dios realmente tenía los roles fríamente calculados.
Marco Cáceres sería arrestado el 27 de Agosto, bajo los cargos de estafa y fraude a una entidad pública. Entre sollozos, mientras sus antiguos aliados se lo llevaban de los brazos, Marco solo chillaría:
¡Puedo predecir accidentes! ¡Es cierto! ¡Se los juro!
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