Medallones

La carne se encontraba perfectamente empaquetada. Sin ninguna mancha rara, sin ninguna contaminación sospechosa aparente. La textura se veía perfecta, jugosa e invitadora. No habían rastros de manipulación. Ni siquiera una indicación normalmente advertida en la industria alimentaria: Un olor feo, una mancha fea, nada feo. Y sin embargo Dalila sospechaba que esta no era la carne que ella había pedido.

Hace dos semanas, el señor Milón había fallecido de causas esperadas y normales. O eso decía el registro, al menos. Andaba medio cardiaco y uno de sus regordetes pies ya estaba al otro lado, dirigiéndose hacia un whiskey infernal como tanto le gustaban. Viendo que normalmente los papeleos póstumos demoraban cuanto tiempo quisiera el ente estatal encargado, y Dalila no tenía tiempo para ello, prefirió dejar ese proceso en manos de su sobrina. En dos días, Elena aparecería con un certificado de calidad de la carne de su tío.

El cuerpo había sido llevado a una empresa llamada "Umami Den". Recomendada por un amigo de un vecino de Elena que había tenido que procesar el cuerpo de su esposo, aparentemente contaba con buenos comentarios en Internet, que puntuaban bien los servicios de procesamiento de los cuerpos difuntos que le llegaban. Dalila dudó por unos minutos ya que los precios le parecían muy bajos para lo que un servicio así conllevaba. Recordó que su madre tuvo que sacar de sus propios ahorros para el procesamiento del cuerpo de su padre, y ella hizo lo propio con el de su madre.


Pero viendo que estas alternativas low-cost habían surgido en el mercado para acomodar mejor a los ciudadanos, y, además, que era impráctico tomarse tanto tiempo en decisiones que deberían de ser automáticas, decidió dejar el cuerpo de su marido en manos de "Umami Den".

A la semana vendrían la carne perfectamente trozada, despellejada y envasada al vacío. Dalila no pudo contener su emoción: Hacía un buen tiempo que carne así no estaba disponible en su familia, y convocó a sus amistades y familiares para una pequeña junta con vino y parrilla en su casa. La cabeza de Dalila se llenó de imágenes de los acompañamientos que podría preparar para su junta, sintiendo el sabor de la ensalada con palta y cebolla blanca que usaría para acompañar su parrilla solo tocando la carne recién llegada en un evento sinestésico singular.

Así fue como se encontró, entonces, al frente de su carne: Observándola y dejándose llevar por una simple sensación de que algo andaba mal. Pero justo cuando quiso guardar la carne en su refrigeradora, notó algo raro en su pedido: La carne no tenía mucha grasa, era más bien fibrosa. Tenía la pinta de haber corrido una triatlón, todo lo contrario a los evidentes depósitos grasientos que debería de tener la carne del señor Milón.

-Esta no es la carne de mi esposo. - reclamaría Dalila por el teléfono.

-Buenos días, gracias por llamar a Umami Den, ¿podría por favor explicarme con mayor detalle el motivo de su llamada? - se escuchaba que preguntaba la recepcionista mientras tecleaba algo rápidamente

-Esta no es la carne de mi esposo. - Dalila trató de imponer mejor su voz, repitiendo el mensaje que había mencionado antes.

-¿Está segura de su reclamo, señora Sánchez? En nuestros registros se tiene que la carne del señor Saúl Milón corresponde al número 5628362. ¿Me podría confirmar que ese es el número en el empaque?

Resultó que la recepcionista estuvo en lo correcto, el empaque tenía ese código, pero para Dalila la incertidumbre continuaba. Cada vez que ojeaba el empaque nuevamente, notaba más inconsistencias con las características que ella esperaría que tuviera la carne de su esposo: Los depósitos de grasa eran una cosa, pero el color parecía algo más sano de lo que ella esperaría. Si sabía algo de carnicería era que el estilo de vida del ser vivo en cuestión dictaminaba las características del producto final.

-Bueno, señora Sánchez - claramente la recepcionista no quería seguir atendiendo la llamada y solo lo hacía por imaginarios códigos éticos de servicio - lo que le puedo comentar es que el número es asignado a los cuerpos al momento de ingresar a nuestra planta. Le recomendaría consultar con la entidad estatal que le dió el certificado de defunción con el que iniciamos el proceso, CENDEFCIR (Centro Nacional de Defunción Circular). Buenos días.

Dalila se quedó con el teléfono en el oído mientras contemplaba sus opciones al ritmo de la tonada telefónica. Comer carne de otro individuo estaba penado por la ley, ya que la autorización solo se le brindaba a los familiares y personas cercanas. Sea de quien sea esa carne, Dalila entendió que tendría que resolver el problema pronto. Faltaban pocos días para su reunión.

Trató de pensar en el flujo de eventos que ocurrieron mientras marcaba el número de Elena: La llamaron del trabajo de su esposo para comunicarle que había fallecido y que sería mejor ir avanzando con los papeles. Sus compañeros sospecharon que se trató de un infarto perpetrado por el estilo de vida del señor Milón: Tabáco, afición por el whiskey y demás hobbies propios de un detective victoriano. Viendo que Dalila conocía de memoria las costumbres de su esposo, nunca dudó de la explicación y manejó esa teoría durante todo el procesamiento de la carne del señor Milón, que luego sería confirmada en el certificado de calidad de la carne de su esposo.

-¿Aló, tía? - respondió Elena al instante - Estoy en el trabajo.

-Si, Elena, hija, una consulta: Cuando fuiste por el cuerpo de tu tío, ¿notaste algo raro?

-No que yo recuerde - respondió Elena al cabo de unos segundos en silencio - Sólo sé que vinieron los de CENDEFCIR y se llevaron el cuerpo de mi tío. Fue bien rápido.

-¿Pero era el cuerpo de tu tío?

-¿Si era…? Sí, claro que sí, ¿qué, se equivocaron al darte la carne?

-Estoy prácticamente segura de que la carne que me ha entregado Umami Den no es la de tu tío.

-No sé, tía, a mi todo me pareció que marchó bien.

Elena acordó pasar por el trabajo de su tío y recopilar información de los eventos. Mientras tanto, Dalila llamaría a CENDEFCIR para ver si había alguna pista de los haberes del cuerpo de su esposo.

-Por lo que puedo ver en los registros adjuntos al número 5628362 -comentó la auxiliar de CENDEFCIR- Saúl Milón Mejía falleció en un edificio de San Isidro, el día 16 de Septiembre en la tarde. La causa de su muerte fue determinada como desconocida…

-Un momento, ¿desconocida? - alcanzó a preguntar Dalila antes de que la auxiliar prosiga con su protocolo.

-Ahm, sí, me figura como desconocida, señora.

-A mí sus compañeros y la empresa me comunicaron que fue por un infarto.

-Bueno, en mi experiencia, señora, normalmente si las causas han sido dejadas como desconocidas es porque alguno de los cercanos lo comunicó así al personal de CENDEFCIR y, debido a que solo se realizan indagaciones obligatorias en caso de criminalidad, entonces es probable que sí haya sido un infarto pero que no se haya realizado la indagación necesaria. Cuestan mucho dinero, ¿sabe? Por eso lo dejamos sin rellenar en el certificado original que manejamos.

- Entiendo. Sin embargo, esto no resuelve que 5628362 no es la carne correspondiente a mi esposo.

- ¿Cómo así?- comenta la asistente mientras empieza a teclear frenéticamente.

Dalila, entonces, empieza a explicarle sus sospechas con lujo de detalle. Le comenta el estado en el que llegó su carne y como es que sospecha de que realmente no corresponde a su esposo.

- Entiendo, sra. Milón, pero desde acá no podemos hacer mucho.

- ¿No podría entregarme el número del personal que fue a recoger el cuerpo ese día?

La auxiliar se sobresalta un poco y se escucha como consulta a una persona cercana a ella. Luego, regresa al teléfono.

- Señora, no es usual, pero por esta vez le daré el número de contacto. Apunte el número, por favor, porque no se lo podré volver a dar.

Resultó que el cuerpo del señor Milón lo recogió un tal Herbert Díaz, quien fue el primero en colocarle la etiqueta.

- Sí, señora, en efecto, yo le coloqué el número 5628362 en el pie.-le comentó Herbert mientras un ruido ensordecedor interrumpía sus palabras de cuando en cuando.-La verdad es que ese día no noté algo raro, señora, llegué al sitio, me presentaron el cuerpo en el suelo, lo recogí y lo puse en mi camión.

- Pero, Herbert, ¿no hay posibilidad de que te hayas equivocado? A lo mejor llevabas otro cuerpo en tu camión…

- Bueno, sí, ese día fue un día lento pero tuve que recoger otro cuerpo… -un carro interrumpió la declaración de Herbert- …y estaba cerca así que fui por él.

-¿Disculpa?- preguntó Dalila algo confundida por la falta de información en su declaración.

- Sí, no, le decía que ese día tuve que recoger otro cuerpo en un parque cercano. Cerca del edificio, digo, y… -nuevamente, otro carro se cruzó entre la declaración de Herbert y Dalila.

- Ok, ok, Herbert, te entiendo. ¿Cómo era el cuerpo que recogiste después? El del parque.

Herbert, entonces, no se guardo ningún detalle, y comentó que durante su diligencia usual, se le informó que un atleta había sido hallado tendido en el parque, sin responder durante varios minutos. La ambulancia había llegado al lugar y lo declaró muerto justo en el momento en dónde Herbert cargaba el cuerpo de Saúl Milón. Y, bueno, el trabajador fue a recogerlo inmediatamente. Era el cuerpo de un atleta de mediana edad. Aparentemente sufrió un ataque cardiovascular también.

- Alguien muy delgado, señora, particularmente fibroso y atlético. Me pregunto si su familia disfrutará esa carne. En mi experiencia, mi sobrino, que era jugador de fútbol, sabía terrible.

¿Era justo sentir tanta adrenalina e interés por una muerte? Dalila no sabía. Si Saúl Milón hubiera seguido vivo, probablemente le hubiera dicho que no se ande preocupando por sonseras mientras miraba alguna de sus incontables series de drama histórico. Pero, si bien en parte en el transcurso del día había conocido a tantísima gente por voz, tampoco sentía que estuviera cerca de saber dónde estaba la carne de Saúl.

Era obvio que Herbert solo había llegado a recoger un cuerpo a la oficina del señor Milón, y que él le había colocado la etiqueta. Asímismo, había recolectado un cuerpo cercano, atlético para colmo, y procedió a llevarlo a las oficinas de CENDEFCIR. Ahí, como le había explicado la auxiliar, tenían un registro inconcluso del señor Milón y su muerte. Entonces, le tocaba hablar con el que había recepcionado el cuerpo en CENDEFCIR. Sin embargo, antes siquiera de marcar el número en su celular, recibió una inesperada llamada de Elena.

-¿Aló? ¿Tía? Sí, tía, mira, parece que los que estuvieron con mi tío ese día fueron sus compañeros Tito Riveros, Mario Murrugarra y Maricielo Quinteros.

-¿Qué te comentaron de como murió?

-Pues no mucho, la verdad, el señor Riveros me dijo que lo vió desplomarse en el suelo y que junto a Mario y Maricielo trataron de auxiliarlo. Pero no recuerdan más.

-Bueno, Elena -la información brindada por su sobrina no era exactamente de calidad- Muchas gracias, hija, gracias por buscar la información.

-De nada, tía. Más bien, justo me comentaba Mario que el vecino de oficina del tío no ha ido al trabajo en cierto tiempo. Parece que la muerte lo consternó un poco. Dijo algo que en esas oficinas un infarto le pasa a cualquiera. Pero es curioso porque aparentemente se odiaban. Pero ya sabes como era el tío. 

Eso si le interesó a Dalila. Ese era un vecino de oficina de hígado hiperactivo, pensó para sí.

-Parece incluso de esos compañeros asfixiantes, tía, así, bien… le gustaba andar molestándose.

-¿Pudiste saber cuál era su nombre?

-Eloy Marca.

Eloy Marca no hacía buen dato, pensó Dalila luego de colgar el teléfono. De lo poco que lo conoció, siempre fue el vecino oficinal de su esposo. Pero siempre se mantuvo bien portado y sin revelar mucha información de su vida que pudiera indicar que tiene una mejor información de lo que ocurrió. Eso sí, le gustaba mucho joder a Saúl Milón como deporte. Y probablemente a Saúl también le gustaba joderlo. Los dos eran conocidos por ser amargados y peleones.

-¿Fue Eloy Marca a trabajar el día en que murió Saúl? -preguntaría Dalila luego al señor Murrugarra.

-Pues sí, pero no vino por mucho tiempo. Se fue por un momento antes del mediodía. Creo que se habían discutido con el señor Milón. Y luego de eso regresó a hablarle más calmadamente.

-¿En serio?

-Si, y ya sabe como era Saúl, simplemente se encolerizó y empezaron a discutir sobre unos papeles, creo, o algo así. Alguien necesitaba la firma del otro, ¿no, Mari? Si, fue algo así. Pero luego, en esa conversación, regresaron todos afables y tranquilos. Ni idea de qué habría pasado.

Resultó que Saúl y Eloy habían discutido antes de que Eloy saliera aireado de la oficina y con mirada de venganza. Tenía una cara de determinación, y sus compañeros temían que no iría a regresar al trabajo en mucho tiempo. Luego de su intempestiva salida, regresó horas después, con una mirada algo más relajada, a juicio de los compañeros. Se iría a eso de las cuatro de la tarde, y Saúl caeria desvanecido un par de horas después, justo cuando los vecinos de oficina estaban regresando de un larguísimo y no autorizado receso.

Por dentro, Dalila se encontraba muy preocupada: ¿cómo así podría hacer con una carne ilegal que no le pertenecía? Realmente tenía que encontrar una forma de realizar su reclamo, sino ella estaría en problemas. Tenía que demostrar que esa no era su carne ¿Quién podría saber más información si no era el señor Marca? 

-Pero así no funciona la cosa, ¿no?- se dijo Dalila a sí misma mientras se recostaba en su sillón y trataba de pensar en como podría sustentar su reclamo para que le den la carne adecuada que le correspondía. La reunión estaba cerca y no iba a cancelar todo.

Elena tocaba la puerta unas horas después, con unas galletas y un té que había adquirido en una de esas tienditas aromatizadas que tanto le gustaban. Siempre fue una chica dulce y dispuesta a ayudar a ambos de sus tíos, a quienes apreciaba mucho. Dalila la veía como la hija que nunca tuvo. Algo bueno tenía que salir de esa hermana problemática suya.

-Y no sabes lo que me pasaron de dato, tía, ¿adivina?

Dalila solo la miraba con curiosidad fingida y cansancio evidente. A veces la chica hablaba por los codos…

-¡Una de las esposas de los de la oficina de mi tío trabaja en Umami Den! Imagínate esa… quizá por eso el proceso del tío fue particularmente rápido…

-¿Qué? Espera… ¿una de las esposas de los trabajadores de la oficina de tu tío?

Ana Karina Gutiérrez era esposa de Eloy Marca, según los chismes de Elena. Fue una de los miembros fundadores de Umami Den y tenía una amplia experiencia en el manejo circular de difuntos. Saúl no la había mencionado mucho, y la propia Dalila no la conocía lo suficiente, ni siquiera de esas reuniones de risas fingidas de familias de los trabajadores. Estaba tratando de recordar su rostro y se le hacía algo complicado.

Con un poco de presión y ayuda de Maricielo de la oficina, de quien por suerte tenía el teléfono, Dalila pudo llamar a Ana Karina para preguntarle si quería venir a su reunión de carnes y vinos.

-Ya sé que es un poco de la nada.-comenta Dalila de forma inusual- Pero he invitado a los compañeros de Saúl, y, como Eloy no ha estado yendo a la oficina, pensé que a lo mejor podía llegar a comunicarme con él por tu vía.- dijo Dalila mientras hacía un recordatorio mental de invitar a los mencionados compañeros de oficina.

-Es bastante inusual. Pero es agradablemente inusual también, querida Dalila ¡No había escuchado en mucho tiempo acerca de ti! ¿Cómo te va?

La conversación prosiguió como de costumbre entre dos señoras que solo se conocen por la cercanía de sus esposos, quienes ni siquiera eran de los mejores compañeros de trabajo. Pero Dalila solo tenía en mente obtener mayor información del proceso que realizó Umami Den con su esposo, y, luego de treinta minutos de no hablar de nada, pudo por fin hacer su pregunta:

-Y dime, Karina, ¿cómo le va a Umami Den?

Desde el otro lado de la línea, se escuchó un suspiro hondo, casi de película. Karina aparentemente podía ser bien dramática cuando se lo proponía.

-Bien, bien. Ya sabes como es esta administración circular de defunciones. Siempre hay trabajo. ¿no? Jajaja. Pero cuéntame, cuéntame más de ti y del perrito de tu vecino que me comentabas, ¿no?

El perro del vecino llevaba espantando a Dalila por días, pero ni los ladridos ni los fluidos caninos iban a desconcentrar a Dalila de su cometido. Definitivamente, Karina sabía algo, y lo que tenía que hacer era sacarle esa información con cucharita.

Eloy y Ana Karina no compartían necesariamente mucho con los señores Milón. Dalila no la recordaba mucho en las reuniones de trabajo de su esposo. Pero Eloy y Saúl sí habían interactuado habitualmente por ser vecinos de oficina.

-¿Cómo le va a Eloy en el trabajo?-cortó Dalila intempestivamente-Saúl me comentaba que llegaba más estresado que de costumbre.

-Si te contara, querida, Eloy llegaba cansadísimo. Parecía que un vehículo lo había arrollado. Y lo peor es que, cuando se pone de malhumor, nadie lo para.

-¿Así? ¿Qué hace?

-Pues anda estresándose por tonterías. Yo ya le dije que eso es pésimo para su corazón. Viene y se queja de su día como si nadie tuviera un mal día en la vida, sólo él. Ya le he dicho que así no es.

-Vaya, ¿tan duro es el trabajo? Realmente ha estado sufriendo mucho con ello.

-Sí, exacto. Ha sido particularmente estresante para él. He estado tratando de aconsejarlo frecuentemente y…

-¿Y qué consejos le dabas?

Ana Karina procedió a comentar algunas cosas que había leído en esos libros de autoayuda, en dónde siempre recomendaban separarse de aquello que representara un obstáculo para el bienestar emocional y somático de una persona. De que era siempre mejor alejarse, y por ello trataba de convencer a Eloy de retirarse del trabajo. Pero que este nunca aceptaba dicha propuesta, porque le pagaban bien, y siendo una persona de mediana edad, era mejor quedarse en un sitio. Quería quedarse en ese trabajo, pero ¡por dios santo! Cuán poco podía soportar a Saúl Milón, un amargado que solo iba a hacer comentarios jocosos de su modo de vida.

-¿Así?- replico Dalila ante ese comentario de su esposo- Mira tú, Saúl me comentaba poco de Eloy.

Aunque, si era sincera consigo misma, Dalila sabía que habían existido momentos en dónde Saúl había comentado de Eloy Marca y su proclividad a andar observando cada una de las costumbres de Saúl. Dalila pensó que su esposo al menos caería bajo el hechizo de la presión social, que tantas vidas podía salvar, pero Saúl, tan terco como siempre, siguió haciendo lo que mejor sabía hacer: Ignorar recomendaciones externas. Qué terco era ese viejo…

-Sí, Dalila, querida, es que tu esposo era particularmente terco e insistente, ¿no? Aún recuerdo como expresaba sus opiniones, sentado todo él en ese restaurante griego, ¿te acuerdas?

Ahí de nuevo con querer desviar la conversación. La señora Sánchez había tenido suficiente. Quería hablar de su problema con lo brindado por Umami Den, no quería seguir recordando intranscendentales reuniones de trabajo.

-Ay, Karina, tantas cosas por hablar, ¿por qué no pasas por un vino a mi casa? Quizá en dos horas, para dejarte tiempo de alistarte. De paso, me encantaría que pudieras apreciar la carne que me ha llegado.

-Oh, Dalila, sería fantástico. Y justo tengo el día libre hoy, imagínate, por eso me encontraste. El destino quiere que nos reunamos. Sí, sí, claro, puedo ayudarte con tu carne, sí.- Karina no se oía muy segura de eso último.

Para que se ejecute su plan, la señora Sánchez compró apresuradamente tres vinos, que, por suerte, llegaron a tiempo a su hogar. Rápidamente sacó unas copas, alistó la mesa, puso un queso en cubos que tenía guardado en la mesa, y decidió alistarse para esperar a Karina en su aposento.

Alrededor de las 8 p.m., Karina se presentó en el departamento de Dalila con un presente en mano. Saludos cordiales, un intercambio cordial en el pasillo y procedieron a sentarse en la sala. Dalila sirvió el primer vino de manera casi sutil, balanceando la botella en una mano mientras mantenía la conversación fluyendo a través de su boca. En cuanto Karina acababa una copa, Dalila procedía a realizar otra pregunta mientras volvía a llenar la copa.

Ya por el inicio de la tercera botella, Karina parecía estar más abierta a hablar de detalles personales. Empezó con algunos discursos particulares sobre sus problemas maritales y desde ahí la espiral solo descendió: Problemas familiares, odios enterrados y algunos celos. Sin embargo, Dalila solo quería escuchar sobre su carne perdida. Con mucha educación, le preguntó a una Karina roja y risueña si es que podía darle un vistazo a la carne que recibió de su propia compañía. La empresaria, en su éxtasis vinícola, aceptó.

-Sigo creyendo que no es la carne que me corresponde- exclamó Dalila al momento de darle el paquete, quizá con un volumen más autoritario de lo que quiso.

-Oh, Dalila, entiendo, entiendo. Pero eso es porque esta no es tu carne, claro está. Este no es Saúl Milón.

In vino veritas, entonces. La tan ansiada verdad: Ana Karina estaba harta de los reclamos de Eloy en las noches que pasaban juntos. Ella creía que, como, cualquier señora de mediana edad, ella merecía algo más que puras quejas o ser vista como un confesionario andante. Entonces, en su ira, sugirió envenenar el café del vecino de oficina de su esposo.

-Mira, agarras su café, le metes narcóticos para parálisis, para detener la respiración... en fin, como un barman de drogas, pues. Mezclas todo detrás de los separadores de tu cubículo y se lo brindas. Y luego se desploma. No tienes que hacer mucho. Y te callas, claro está. Nada más. Yo me encargo del resto.

Y como Eloy era cualquier cosa menos mal esposo en las mentes de autoritarias, procedió con el plan.

-¿Y por eso no tengo la carne que me corresponde?- preguntó Dalila con algo de fuerza en su voz.

-El papeleo hubiera sido tan engorroso y, además con el pago que se haría por lo del veneno… no, no, no, nos saltamos todo y reemplazamos la carne para quedarnos con lo del infarto.

Botar a Karina de su departamento fue la parte compleja. Requirió una mezcla de convencimiento, de estrategia y de habilidad de palabras. Pero una vez que Karina estaba fuera, Dalila llamó a Umami Den, señalando que su llamada era por una emergencia.

Fue una noche dura, en dónde la llamada de Dalila pasó de mano en mano en Umami Den hasta que llegara a quien podía atender su reclamo: La carne que le habían enviado no correspondía a ella y quería que le hagan el cambio ya, sino iba a exigir el libro de reclamos. Tenían que mejorar su papeleo, no podían ser tan inocentones que todo un procedimiento que solo surgió en la mente de Karina se llevara todo por la borda. A Dalila le podían poner una multa por andar comiento carne ajena. Y eso era más que los 40 UITs que pagaría Karina por andar envenenando esposos que le caían mal.

Una vez con el paquete correcto en casa en la tarde del día siguiente, Dalila decidió abrir la botella que había quedado del día anterior y servirse una copa. Saúl jamás habría notado las diferencias entre su carne y la del resto.

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