La Transmigración

 

Los ojos de Damaris ardían por toda la pelusa artificial que tenía que respirar bajo una luz blanca. Los pedidos de trajes habían aumentado en las últimas semanas de manera alarmante, ya que se acercaban las conferencias más importantes de furries en Lima. ¿Ya se acercaba el Best Furry Fest? Quizá, era un poco difícil concentrarse. Luego de tres energizantes, cinco cafés en polvo y un puchito, los trajes aún seguían destacando por su falta de estructura. Y ya eran las tres de la mañana. Damaris ojeó su reloj en el escritorio y suspiró por enésima vez. Estaba bastante satisfecha con la popularidad de su negocio de trajes para furries. Había encontrado una clientela que apreciaba el nivel artístico que aplicaba en los trajes, así como su detalle para instalar el SNA (Sistema Nervioso Artificial) que tantos de sus clientes requerían para una experiencia más inmersiva con su felpudo avatar.  

 

Damaris se había vuelto experta en hacer conexiones nerviosas. Educada en el arte de tejer desde pequeña, Damaris descubrió que tenía una precisión casi cirujana con los nervios artificiales que requerían estos trajes. Normalmente, dichas conexiones eran realizadas por máquina. Sin embargo, para los clientes de Damaris (furros con mucha plata), los trajes hechos por robots no tenían el mismo nivel de satisfacción y coordinación al realizar la transmigración temporal de la consciencia comparados con sus trajes. Decían sentir que sus ojos no se adaptaban igual y que sus manos no respondían tan naturalmente como ellos desearían. Y algunas variantes más de ese tipo de queja, siempre entre la motricidad fina y la sensación de pertenencia al cuerpo artificial. Quizá, siendo que los trajes eran como hoteles de la consciencia humana en dónde se asumía que iban a residir temporalmente, estos lujos eran necesarios para una estadía agradable. Damaris no sabía si esto era verdad o no, pero tampoco le importaba. Mientras esos furros creyeran que lo suyo era más especial por alguna habilidad humana extraña que solo ella poseía, la verdad es que no se iba a quejar. En cosas peores creía la gente en su afán de pavonearse por encontrar el mejor producto en un mercado. 

 

Sus ojos volvieron al reloj de su escritorio. El traje ya había obtenido forma, con las manos puestas y la cola felpuda que había pedido su cliente y pseudomecenas. Sin embargo, ya eran las cuatro y media de la madrugada, y si bien tenía que entregar el traje pasado mañana, Damaris razonó que dormir unas cuatro horas no le vendría mal antes de tener que dedicarse el resto del día al traje nuevamente. Así que dejó en el piso las manos y acomodó bien los palillos junto con las redes neuronales que estaba incorporando en los dedos. En particular, este cliente había solicitado ser capaz de mover con mucha destreza las manos: Su show en la conferencia iba a involucrar una sesión de live-painting. Damaris volteó a ver el otro traje que también estaría listo pronto y al que solo le faltaba la conexión de la cola. El traje era de un personaje antropomórfico caricaturesco, típico de los furros, de colores chillones. El avatar tenía un mohicano y una sonrisa bastante dulce, diabéticamente inocente y boba, en opinión de Damaris. El cliente le había dicho que “Speedy era un lobo ártico alienígena, que le gustaba pasar el tiempo con sus amigos y el frappé de mocha”. Cabía preguntarse si en el mundo furry alguna vez alcanzaría el espacio para otro arquetipo de personalidad. 

 

Speedy se encontraba empalado en una breve parodia abrahámica en medio de su estudio y Damaris tuvo que asegurarse que en ese momento se encontraba cargando su SNA. Mañana el cliente ya había pactado con ella para realizar la transmigración temporal en su departamento y probar el traje. Al menos Speedy ya estaba conectado para el proceso. La cola solo necesitaba ese ajuste final para que el cliente pudiera moverla a su antojo y expresar su alegría furra con otros de su misma especie. 

Frotándose los ojos, Damaris resolvió descansar y también seguir soñando con la novela self-insert que había descargado hace unas semanas. Se colocó el cable en su puerto nUCP (Neural Universal Connection Port) en la nuca y cerró los ojos mientras en su mente empezaba a aparecer la casa de fantasía medieval del capítulo pasado. 

 

Al momento de despertar, sintió que su peso era sostenido desde la nuca, algo totalmente irrealista contando que se suponía que estaba en horizontal en su cama. Sin embargo, se encontraba en posición vertical, y lo podía sentir. Al abrir los ojos, sintió como si sus parpados cubrieran ojos muchísimo más grandes. Todo se veía completamente nuevo y brilloso, intimidantemente colorido y de alta resolución. Y, al bajar la cabeza, vio un par de patas felpudas colgando en el aire. 

 

Su cabeza inmediatamente se levantó, y dirigió la mirada a la ventana abierta, desde dónde el viento soplaba en la habitación. Pero ayer la había dejado cerrada. 

 

¿Qué? Imposible. No, no. Empezó a decirse Damaris. Y escuchaba a su voz rara, bastante artificial, nada parecida a su voz socialmente laureada. No, no, no, no, no, carajo, no, no, no. 

 

Levantó sus brazos y vio que eran los brazos felpudos de Speedy. 

 

O más bien, ella era Speedy. 

 

De alguna forma, la transmigración temporal hacia el traje había sido hecha, pero con ella. Un evento como este no podía ser resultado del azar. Damaris se había acostado en su cama como en cualquier noche, se había colocado su puerto nUCP y se había quedado dormida. Tomó en cuenta que seguía en su cuarto-estudio. Todo era reconocible: Los posters, los materiales para los trajes, las luces, las computadoras, los compartimentos de almacenamiento de SNAs. Todo estaba en orden. 

 

Pero al voltear a ver su cama, vio que estaba desordenada. Y más importantemente aún. No había nadie encima de su cama. Giró la cabeza, intentó que los ojos caricaturescos se enfoquen en paredes, en muebles, en el escritorio. Pero no había caso. Su cuerpo no estaba por ningún lado en su estudio. 

 

Damaris sintió como el pánico se apoderaba de su felpudo cuerpo y no derivaba en nada. Normalmente, en su cuerpo humano hubiera sentido sudor y humedad, pero ahora solo sentía que tenía la sensación inicial, pero no terminaba de sentirla. Como saber que está cayendo una gota encima de tu piel, pero no poder tocarla. En su vientre, empezó a sentir un dolor parecido al que sentía en ataques de ansiedad, y a eso se le sumó la sensación de dolor de cabeza que no se le quitaba, junto con intentar mover esas fosas nasales de peluche que no iban a absorber jamás ningún tipo de aire de ningún tipo y con las orejas que zumbaban a pesar de que eran las 6 de la mañana y nada zumbaba en ese momento.  

 

Intentó hacer los respiros profundos de los manuales de salud mental y mindfulness. Pero la situación no se veía buena: Su ventana abierta y su cama vacía solo podían indicar que había sufrido un robo. Pero quizá aún más trágico, que, en ese robo, la víctima había sido su cuerpo, el hogar de su consciencia. 

 

Mierda, mierda, qué hago. 

 

De tener un corazón, Damaris hubiera sentido que el mismo se salía de su pecho suavecito olor a detergente. Pero ese no era el caso. Ahora que su conciencia se encontraba en Speedy, no requería ni de aire ni de comida ni de corazón. Si bien sentía dolor, sentía que podía hacer respiros hondos (quizá realmente era bastante hábil con los entretejidos de los SNAs) y sentía que había una palpitación fuerte en su pecho, todos esos eran recuerdos de una mente que recordaba ser capaz de hacer eso, y un cuerpo que solo podía darle la versión paliativa de ello. 

 

En un momento de lucidez, Damaris decidió mandarle un mensaje a sus dos clientes que estaban esperando por sus trajes. Se inventó algo de un accidente inesperado que tendría que resolver en un hospital ese día. Por el momento, lo más urgente sería intentar saber qué pasó con su cuerpo, y en dónde podría estar.  

 

Sacó su cabeza furra por la ventana, mirando hacia abajo. Damaris vivía en un piso 26 de un edificio de mediana edad en cercado de Lima, con piscina en el último piso pero las paredes gruesas de una arquitectura desconfiada en el mundo exterior, típica de la ciudad. Desde su posición, solo veía carros pasar ahí abajo y el dominio de los gallinazos hacia arriba. La invadió una sensación de impotencia, puesto la ciudad era lo suficientemente grande como para aplastar a cualquiera en su posición. Su inmensidad solo comprimía sus esperanzas en encontrar su cuerpo entre un tumulto de gente que iba y venía. Sintió como sus ojos artificiales le picaban, pero no emitían lágrimas. Porque ya no podía llorar. Como un grito sin eco. 

 

Pero nada se ganaba lamentándose por más tiempo. El hecho era que el cuerpo estaba desaparecido. Damaris volteó hacia su cuarto, y empezó a observar los últimos sitios en dónde estuvo su cuerpo. Vio que el cable que se conectaba a su nUCP para descargar las nuevas actualizaciones de la novela estaba en el suelo, cerca de su cama. Se tuvo que haber desconectado en algún momento entonces, un evento raro ya que los cables estaban hechos para soportar que una persona se mueva como cerdo en el lodo. Damaris era de sueño ligero, como le decían, y cualquier perturbación iba a ser capaz de levantarla. 

 

Haciendo nuevamente la mímica de respiro como si se tratara de un mimo, Damaris decidió salir de su apartamento y dirigirse a la comisaría para presentar una denuncia. Agarró su celular, sus llaves, su reloj y se dirigió a la puerta. Observó que la puerta estaba cerrada y sin tranca. ¿Había cerrado la puerta con la tranca el día anterior? Si fuera una persona más ordenada, juraría que se trataba de una evidencia a su favor. Pero también había una alta probabilidad de que se haya olvidado. 

 

Salir en traje furro no era una novedad, en su experiencia. Si bien ella no tenía un personaje furry ni un traje ni tenía nada en común con la cultura furry, tanto tiempo trabajando para la misma clientela le había hecho perder cualquier tipo de roche respecto a las miradas que podría recibir en la calle al andar en forma de peluche de tamaño humano. La miró la vecina que se subió al ascensor, la familia que se incorporó en el tercero, el pata que salía del sótano con su ropa para lavar y el guardia. Pero nadie la cuestionó. Damaris supuso que ya conocían su profesión de manera nebulosa, y que asumían que todos los raritos con plata siempre iban a su piso. 

 

Pensó en consultar si el guardia había visto algo raro o recibido un informe de algún evento en la noche, pero la cara del tipo tenía todas las boletas por honorarios sin derechos laborales en el rostro, y lo más probable es que él ni siquiera haya estado en la guardia de la noche, sino que hubiera dejado encargado a su papá, un señor que cuidaba el edificio de manera onírica. 

 

El camino a la comisaría no era tan largo como el proceso de querer sentar una denuncia. Entre explicar el acontecimiento (”Se han llevado mi cuerpo”), la mirada del policía al ver a un furro plantando una denuncia, el testimonio pobre (”No, desconozco quién podría haber sido”) y la negación con la cabeza del comisario del día (”Debería de tener más cuidado con sus pertenencias, señorita.” y “¡Es mi cuerpo, mierda!”), mínimo era una tarde de levantar brazos peludos y colorinches en medio de un diálogo frustrante. El comisario procedió a escribir monótonamente la denuncia, y luego le pidió un momento mientras iba con el chisme al resto de suboficiales en el sitio. A este punto, Damaris estaba segura de que un elemento le faltaba a esta tragicomedia de gratis, en dónde, aparte de ser felpuda, tenía que esperar ayuda de un organismo que se conoce que es inepto desde la antigüedad. 

 

El comisario regresa con papeles en mano y una mirada de hartazgo solo propia de un trabajador del Estado. 

 

Mire, he estado conversando con algunos compañeros, y le puedo comentar que su caso podría ser uno de cibercrimen. Por ello no encontró señales de que hayan interrumpido en su cuarto. En estos días los cuerpos andan en alta demanda, y conocemos de personas que reciben virus informáticos a través de su conexión nUCP. el comisario suspiró hondamente y la miró con cara de pensar en el menú del almuerzo De ser esto cierto, significaría que su cuerpo, invadido por el virus, salió por su cuenta de su departamento. Y su consciencia, que en ese momento estaba conectada, se alojó en el puerto más cercano que encontró. Ese es el de este traje, aparentemente. 

 

Ok, todo entendido, señor, pero necesito mi cuerpo. Damaris sentía que su lenguaje no podía expresar su ansiedad, menos aún su rostro de peluche. 

 

Lamentablemente eso no va a ser posible de inmediato le comentó el comisario mientras se sentaba No es fácil ubicar a este tipo de delincuentes, en la actualidad no sabemos ni siquiera en dónde operan y su caso se estaría uniendo a unos cuantos. Vamos a tener que seguir investigando. Si quiere colaborar con la investigación, le recomiendo derivar su caso con el área de crímenes ciberneurológicos, que está bajo el área de crímenes cibernéticos. Pero antes tendrá que rellenar una solicitud de investigación y darnos permiso a investigar el historial de sus conexiones neurológicas, y ese permiso requiere unos seis meses para ser procesado en el Ministerio de Tecnologías. Asimismo, requerirá un papel del Ministerio de Salud que certifique que no está enferma, un diagnóstico que diga que el cuerpo en el que está no es el que le pertenece de nacimiento y otro reporte del Ministerio de Comunicaciones que confirme que no hubo una irrupción durante las horas en las que ocurrió el hecho. También requerirá la boleta de compra del plastocerebro que usa en su traje, y quizá por ahí le pidan un certificado de que esa boleta la obtuvo usted de verdad. Para eso tendrá que ir a validar su boleta en un abogado que haya sido validado por una entidad validada por el Ministerio de Tecnologías que valida estas cosas. 

 

¡¿Entonces me quedaré así?! 

 

Y en Speedy fue como Damaris regresó a su hogar. Ansiosa por la ausencia de su cuerpo, pero al mismo tiempo agradecida de no tener un estómago que se retorciera o unas glándulas sudoríparas que la hicieran sudar excesivamente. En parte quería llorar, en parte quería que todo se acabe, y en parte pensaba tristemente en todos los planes que tendría que dejar: almuerzo el sábado, reunión con amigas el próximo lunes, festival el jueves. Es decir, nada le impedía ir. Pero no era lo mismo almorzar con amigas que tener que verlas almorzar.  

 

El celular vibró inesperadamente mientras hacía una especie de lamento solitario en la comodidad anestesiada de su sala. Al mirar la pantalla, vio que era su cliente, Sergio, el creador de Speedy. Seguro iba a reclamar el traje. 

 

Hola. Qué tal. dijo por altavoz Oye, llamaba porque quería preguntar por Speedy. Me habías comentado que lo tendrías para mañana, pero quería coordinar la entrega… 

Sergio. Hola, sí. Sergio, ha pasado algo y… 

¿Qué pasó, retraso? 

¡No, no, nada de eso! antes furra que demorona, pensó DamarisNo, no. Es que… Sergio, se robaron mi cuerpo, no sé dónde está. 

¿Cómo que se… qué? 

Sí, eso, se robaron mi cuerpo y… la voz de Damaris se quebró en ese momentoAy, Sergio, es que me quedé atrapada en Speedy. 

¿Cómo que te quedaste en Speedy? 

Sí, es que era lo único neuronalmente compatible cerca, y mi consciencia está en un fursuit. 

¿Qué? ¿Qué? No entiendo… 

Lo siento tanto, en serio, pero no sé qué hacer. Fui a la comisaría y no me han sabido dar respuesta. Damaris liberó todo lo que tenía guardado ese día Ha sido tremendamente frustrante, Sergio, ha sido horrible. Me han dicho que últimamente hay delitos de este tipo, pero a mí qué chucha, el tema es el cuerpo. Es imposible buscarlo. Es el tipo de cosas que se encuentran en algún momento conforme se vaya investigando. 

Entiendo, entiendo. respondió Sergio con intriga, pero sin mucho que aportar. Sí, había estado escuchando de crímenes de ese tipo. Pero no sabía que llegaría a este punto. Lo siento tanto, Damaris. Entiendo. El tema es que… 

El tema es que me quedé en Speedy… 

 

Del otro lado se escuchó un resoplido. Si bien Damaris estaba segura que Sergio tenía cierta empatía por ella (parecía un buen tipo), su frustración principal era que todo el crimen había frustrado sus planes para la convención. De un día para otro, Sergio se había quedado sin personaje, y el servicio de Damaris no podía ser concretado si no entregaba el traje. La consciencia había quedado en Speedy, propiedad creativa de Sergio, quien parecía tener un problema con la idea de que otra persona utilice la apariencia que él había creado. 

 

Al otro lado de la línea, Damaris escuchó pasos. Sergio parecía moverse mientras le hablaba. Le comentó de nuevo que sentía el altercado. Y que no se preocupara, había un traje antiguo que podía usar. Todo esto en tono de niño que es entrenado a contentarse con la alternativa casera en vez de la atractiva comida de la calle. Llegaron al salomónico acuerdo en dónde Damaris le devolvió el 50% por los inconvenientes encontrados, y, finalmente, Damaris podría quedarse en Speedy hasta que apareciera su cuerpo de carne y hueso. 

 

La verdad, la verdad comenta Sergio más pensativo Casi, casi que eres inmortal. No sientes olores, no necesitas comer, igual te puedes comunicar y tienes manos. 

Sí, bueno, técnicamente tengo lo necesario. Pero mi sistema nervioso sigue recordando cuando sentía hambre, no me sorprendería que me lo haga acordar en los peores momentos. comentó Damaris mirando al techo. 

Bueno, pero uno se va acostumbrando. La única preocupación para mí, en todo caso, es el tema de cuánto podrás durar ahí dentro. Confío en los materiales del traje, no te preocupes. Pero, ¿podrás comer? ¿qué tal si experimentas sed? 

 

Damaris quería tomar acciones drásticas al hablar de esto. Es verdad: Su sistema nervioso generalizado en todo el traje tendría aún la capacidad de sentir sed, de sentir hambre, de tener antojos, de querer llorar. Y, sin embargo, la anatomía de Speedy le impediría tener algo de eso. Su cerebro plastocopiado mandaría señales sin recibir respuesta alguna. 

 

Pero de alguna manera, Damaris sobrevivió a esos impedimentos. Las manos de Speedy eran grandes, pero consiguió adquirir la misma destreza luego de práctica. Al fin y al cabo, tenía que trabajar. El tejido de las conexiones neuronales sintéticas tuvo que ser practicado con la felpa del traje. Las intricaciones también. Aprendió a responder rápidamente a preguntas sobre lo que le pasó. “Mi cuerpo se fue, no sé dónde está.” respondería, y acto seguido proseguiría con las preguntas para hacer el traje. A fin de año, llevaba ya 15 hechos, y fue en ese momento en dónde entendió que su vida no se había ido realmente. Su consciencia seguía en un estúpido traje furro. Y estaba bien. 

 

Con el tiempo conoció a otras personas que habrían sufrido del mismo crimen. Gente que se quedó incluso en el espacio cibernético, ya que su consciencia no tuvo a dónde irse mientras un troyano se le metía al cerebro. Decidió que al menos ella tenía la posibilidad de ver y escuchar el mundo, por más de que no pudiera sentirlo, ni olerlo. Al menos podía ir a la playa, o a caminar por una loma. Podía seguir visitando sitios. Extrañaba algunos sabores. Ver una torta helada le producía nostalgia. Y los perfumes en venta parecían agua embotellada desde su nueva perspectiva. 

 

Diez años después llegaría una llamada de la policía. Habían encontrado cuerpos humanos inconscientes en un operativo en Breña, en dónde pudieron recuperar al menos sesenta cuerpos de las manos de una organización criminal, Los Malditos de la Alfonso Ugarte. El cuerpo estaba criogenizado, manteniéndose en la edad en la que había sido robado de Damaris. Los planes para el cuerpo eran desconocidos, aunque parecía que los criminales lo ofrecían por lo bajo a consciencias incorpóreas en servidores ajenos a redes globales y estandarizadas, jugando con la desesperación de las consciencias en el ciberespacio que no podían regresar al mundo real. 

 

Pero para ese punto, Damaris se había adaptado perfectamente a usar un fursuit en su vida diaria. No necesitaba comer, solo recargarse todas las noches. La sed y hambre eran recuerdos de una vida pasada. Y sus amistades simplemente conocían su caricaturesca cara de animal colorinche. Incluso algunos no la habían visto como humana ¿Realmente eso era lo que estaba esperando todo este tiempo? ¿Recuperar el cuerpo humano que alguna vez había sufrido por alergias o un virus estomacal? A Speedy no le daban resfríos ni siquiera, era imposible contagiarse en una ida en transporte público. Damaris acudió a la comisaría a reclamar su cuerpo, y, una vez con el mismo en el departamento, lo criopreservó artesanalmente en su refrigeradora, mientras decidía cuál sería su siguiente paso. Al fin y al cabo, mañana tenía que entregar una comisión. 

 

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N/A: Y con esto la literatura a la que me dediqué en 2025. Se vienen otros cuentos pero no creo que en 2025, o quizá sí. Quién sabe. Todo depende del primer año en mi nuevo sitio. 


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